"Por doquiera que voy, va el escándalo conmigo" (p. 27). Así es don Juan Tenorio. ¡Qué imagen la de nuestro personaje! Déspota, creído, altanero, sin vergüenza, jugador, asesino, ambicioso... Cuántos Juanes Tenorios existen hoy, es más, ¿acaso no llevamos todos un Juan dentro? ¿Qué hemos hecho para merecer tanto amor y misericordia de Dios? ¿No nos hemos visto alguna vez al espejo y visto nada más y nada menos que a don Juan? En mi humilde opinión, todos debemos ver en nosotros a este Tenorio.
Quizá no todos hemos cometido ultrajes como nuestro protagonista, pero de otras formas seguramente sí. Don Juan representa lo peor que el hombre, usando todas sus cualidades, puede hacer: engañar, robar, apostar, violar, chantajear sin remordimiento alguno de conciencia, sino todo lo contrario: alardear de la compañía diabólica: "-¿Estáis solo?- -Con el diablo- -¡Vaya! sois un diablillo!- -Que te llenará el bolsillo si le sirves-"
¿Qué es lo único que puede salvar a un hombre, que viviendo toda su vida en el pecado y teniendo el corazón endurecido como piedra, se encuentra en el umbral de la vida? El amor: "A Dios mi alma ofrecí en precio de tu alma pura y Dios dijo: Espera a don Juan en tu misma sepultura" (p. 135).
Estoy convencido de que José Zorrilla quiere transmitir a través de los personajes de su obra, no sólo eventos y sentimientos reales sino también una exhortación sutil a escuchar y meditar los acontecimientos que ocurren en nuestras propias vidas; nos exhorta a no perder la esperanza en la conversión.
"Medita con cordura tu dormida conciencia, la voz que va a alzarse escucha" (p. 136). Increíble me pareció que, aún viendo sombras y estatuas vivientes, crea que aquello es pura fantasía: "Delirio fue. Yo en mi mente la forjé; la imaginación le dio la forma en que se mostró" (p. 136).
Casi al final de la obra, don Juan dice un discurso de arrepentimiento y conversión inigualable que resulta fascinante por no decir casi irreal o increíble, pero que, sin lugar a dudas, puede ocurrir y, de hecho, ocurre: "delirio insano me enajenó la mente acalorada. Necesitaba víctimas y al verlos les hice allí presa de mi locura" (p. 160), "¡Oh!, arrebatado el corazón me siento por vértigo infernal, mi alma perdida va cruzando el desierto de la vida cual hoja seca que arrebata el viento" (p. 160).
¡No perdamos tiempo! podría ser mi último comentario. Que la muerte no sorprenda alguien con muchos insanos años encima sin auténtica conversión. Por otra parte, que nadie espere hasta el anochecer de la vida para buscar el perdón.
"Si piadoso busca tal vez mi corazón el cielo, que le busque más franco y generoso" (p. 161).
jm (2014)
Referencia: Don Juan Tenorio. José Zorrilla. Espasa. Madrid.